Cliffhanger: el recurso mortal que atrapará a tus lectores hasta el final

¿Alguna vez te has preguntado por qué hay libros que devoras mientras otros los dejas en la estantería criando polvo?

Maneras de escribir hay tantas como escritores y para gustos los colores, como se suele decir. Pero obviando el estilo de cada uno, en este artículo os quería hablar de un recurso narrativo muy practicado que utilizado con soltura, se convertirá en un imán para conseguir enganchar a tus lectores hasta el final de tus historias: el cliffhanger.

¿Quieres saber de qué se trata?

¿Qué es un cliffhanger?

No soy nada amigo de los anglicismos, pero he de reconocer que, en esta ocasión, la propia palabra engancha mucho más que su traducción literal: «al borde del abismo» (y eso que la traducción tampoco está mal).

Mediante un cliffhanger pretendemos terminar una escena (o un capítulo) con la dosis justa de suspense para dejar al lector con ganas de saber lo que va a pasar a continuación.

Parece una perogrullada, pues todo escritor pretende dejar al lector con ganas de saber cómo avanza su historia en cada página que escribe, pero el cliffhanger le da un toquecito especial al asunto.

Cómo funcionamos

El ser humano es curioso por naturaleza y lo que empieza, lo acaba por lo general. Cuando tenemos una tarea entre manos, algo en nuestra conciencia nos impulsa a terminarlo cuanto antes.

Hablando de libros, haced memoria de uno que hayáis dejado a medias. Tic, tac, tic, tac. No suele pasar, pero alguno habrá habido por ahí. Si ya lo tenéis en la cabeza, estoy seguro que lo habréis dejado justo al final de un capítulo o de una escena anodina. Es muy difícil que hayáis decidido dejarlo justo en mitad de…

…una frase.

Y es que somos así. Necesitamos acabar lo que empezamos. No lo inventaron los escritores. Lo inventó el propio cerebro.

Por eso, si utilizamos bien nuestro recurso, haremos que a nuestros lectores les cueste dejar nuestra historia a medias, pues se interesarán irremediablemente por ella y querrán saber lo que ocurrirá después.

La estructura de una escena

Normalmente, cuando escribo, trato de seguir una estructura más o menos clásica que viene a decir lo siguiente:

Si tu personaje entra en la escena triste, tiene que acabar alegre. Si lo hace confiado, tiene que acabar dubitativo. En definitiva, tiene que experimentar un cambio. El que sea.

El comienzo de una escena, por lo general, ya sea al principio del libro, en el medio o al final del mismo, suele servir para liberarnos un poco de la tensión acumulada de la acción o del suspense que le hayamos dado a la anterior. Como un balón de oxígeno. Por eso, dado su carácter de poco excitante, debe estar precedida de la suficiente dosis de adrenalina para que el lector aguante el tirón. Como vayamos acumulando dosis bajas de adrenalina tras unas cuantas escenas, mal vamos. Iremos perdiendo al lector a pasos agigantados. Por supuesto, quien dice adrenalina dice acción, suspense, amor, etc. Cualquier cosa que nos haga vibrar y emocionarnos.

Un libro vendría a ser como una montaña rusa. Cuanto más pronunciadas sean las subidas y más bruscas las bajadas, mejor nos lo pasaremos. Si todo fuera hacia arriba (o hacia abajo) aburriría y pronto haría que perdiéramos el interés. Si a esto, además, le entremezclamos distintas historias y personajes, el éxito está asegurado.

Las historias corales

Lo reconozco. Soy un apasionado de las historias corales. Para aquellos que no les suene el término, una historia coral es aquella en la que hay más de un protagonista. En el caso de Off, por ejemplo, son cinco los protagonistas del libro. Y los cinco son igual de importantes. Si fuera a los Óscar de Hollywood, no habría un único Óscar al mejor actor o actriz principal, sino cinco a la vez.

Escribir una historia coral tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Por un lado, se te deben ocurrir tantas historias como protagonistas tengas, porque cada uno de tus personajes debe tener el suficiente peso para poder contar algo de ellos (esto sí es de perogrullo). Esto puede ser una ventaja o un inconveniente a la vez. Depende de lo bueno que seas imaginando historias largas. Si tu libro, por ejemplo, tiene doscientas páginas, quizá sea mucha trama para un solo personaje, pero repartido el peso entre cuatro nos salen cincuenta páginas para cada protagonista. A priori, algo mucho más asequible. Pero ¡ojo!, que en algún momento deberás cruzar sus historias (si no sería un libro de relatos cortos) y eso puede llegar a resultar más complicado que abordar una historia con un único protagonista.

En cualquier caso, la ventaja principal que le veo a una novela coral es que en este tipo de historias funciona muy bien el cliffhanger. Con la complicidad del lector, saltará de una historia a otra cual saltamontes feliz sin que sufra por ello.

Ejemplos

Pues muy bien. Pero ¿cómo funciona el asunto? Como dijo Diógenes, el movimiento se demuestra andando.

Un cliffhanger se puede realizar de dos maneras: mediante un diálogo o mediante la descripción de un acontecimiento. Ambos se deben dejar sutilmente «a medias».

Por ejemplo, tomemos un diálogo extraído de Off. En este texto, Diego, uno de los cinco protagonistas, está conversando con un agente de la CIA. Tras un rato de charla (que os ahorro para no desvelar nada), la escena concluye así:

[…]

Diego miró por la ventana. Aunque estaba de espaldas, la gran estatua de la Virgen María del Cerro de San Cristóbal le saludó desde la lejanía con los brazos abiertos.

—Tengo que felicitarles —dijo sin parar de mirar a la Virgen y sin dejar de sonreír —supongo que saben bien a quien escogen para estos casos. Sólo tengo una última condición antes de aceptar el trabajo.

—Usted dirá.

Y se acabó. Diego no cuenta la condición. El libro salta a otra escena con otro personaje, dejando al lector con ganas de saber cuál será esa condición que quiere imponer Diego. Si la hubiera desvelado justo a continuación del «usted dirá», la escena hubiera perdido el suspense. Ciertamente el lector se hubiera quedado satisfecho, pero hubiera perdido esa adrenalina necesaria para la siguiente escena.

Otro ejemplo, esta vez extraído de No es ella. Aquí, en lugar de utilizar un diálogo, veamos cómo hacerlo con una descripción (tranquilos, que el párrafo es del primer capítulo):

[…]

Amaia levantó una pierna con dificultad y la sacó por la ventana. Se agarró con las manos al marco y al alféizar y sacó la otra pierna. Ahora su corazón latía desbocado, bombeando la sangre a litros y poniendo en alerta todos sus músculos. De algún modo, trataba de evitar lo inevitable. Sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas. La vista se le nubló, aunque no el juicio. Se llevó una mano al pecho, no para buscarse el corazón, sino algo que ya no parecía estar donde lo dejó. Hizo un amago de saltar, pero le fallaron las fuerzas. Estaba muy nerviosa. Había anulado todos los sentidos. Se había encerrado en sí misma, apartándose del mundo exterior que había pasado a un segundo plano. Ya solo contaba lo que le pasaba por dentro. Pero por dentro sólo pasaba una cosa. No podía quitarse de la cabeza el mensaje que minutos antes había recibido en su móvil. Ese maldito texto lo significaba todo. Y, por consiguiente, ella ya no era nada.

Y, de nuevo, fin. Acaba en un punto que deja al lector con la intriga. ¿Cuál será el mensaje?

Personalmente, me gustan más los cliffhanger con diálogos que con párrafos. Son más fáciles de construir y, en cierto sentido, más potentes. Aunque hay de todo.

Probadlos en vuestras historias y veréis cómo se vuelven, automáticamente, más atractivas. Eso sí, como todo en esta vida, utilizadlos con moderación. No todas las escenas tienen que acabar con un cliffhanger. Como en el ejemplo de la montaña rusa, si todo son subidas y bajadas acabaríamos por marear al lector, y eso tampoco es bueno.

¡Feliz caza de lectores!



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