—Pedro, haz el favor, ¡hombre! Que esto pesa un quintal.—Ya voy, ya voy, no me atosigues, ¿no ves que estoy abriendo más zanja? Que así no va a caber.
—Bueno, pues termina de una vez que se me fatiga el burro. Tendríamos que haber traído el de Paco. Este Prudencio mío, el pobre, ya no vale pa ná. Está demasiado mayor. Mucho trote ha tenío. Margarita lo va a echar de menos… ¡qué le vamos a hacer! Cada uno tiene su labor en esta vida, ¿verdad Prudencio?
—No parece que le guste que le sobes las orejas.
—¡Pues claro que le gusta! Si Prudencio es un santo, apenas rebuzna… pero no me distraigas. Deja ya la pala y vamos a descargar las piedras de una vez.
—Que vooooy impaciente. Dame un segundo… Arreglao. Creo que con este hueco tenemos más que suficiente.
—Tiene pinta. Pues venga.
—Vamos pues.
—Agarra de ahí, Pedro, que se nos va.
—¡La tengo, la tengo! ¡Virgen Santa, cómo pesa! Ni mi Eulalia, y mira que se mete las chistorras de dos en dos. Menudo saque que tiene mi mujer. ¿La dejamos aquí?
—Sí, ahí está bien. No seas malo con la Eulalia. Tu mujer de lo que está rellena es de ternura. Tienes un cielo en casa.
—No lo desmiento. A fe que no, pero tampoco la has visto enfadada. Vamos a por la otra. Que las amistades siempre se llevan lo bueno de cada uno, Lucas, pero de puertas para dentro… ¡Ay, amigo! Ése es otro cantar. A Margarita seguro que le pasa lo mismo. ¡Aúpa!
—Pues claro que le pasa. ¡A todos, Pedro! Que ya son muchos años de convivencia. Tantos han pasado que mis recuerdos han empezado de nuevo por el principio. Tengo un borrón en mi memoria de cuando nos conocimos, en cambio, está muy presente el guiso de lentejas del domingo pasado. Déjala ahí. Sí, ahí está bien.
—La asentamos con el mortero y listo. ¡Madre mía! Tengo las manos que ni las siento. A ver cómo hago hoy con el chiquillo… Quería ir con él al campo a recoger setas. A ver si de una santa vez le entra en la mollera la diferencia entre un níscalo y un boletus. Cualquier día me coge una amanita y se me va para el otro barrio.
—Tu chico anda despistao, eso es todo. No le des más importancia.
—¡Claro que se la doy! Si no se la doy yo, que soy su padre, ¿quién se la va a dar?
—Una buena moza que le espabile, eso es todo lo que necesita.
—Moza dices, tiene gracia pues anda detrás de una de su clase, Martina, pero me da a mí que la zagala es más de otros gustos. No parece que le haga mucho caso a mi Jaime.
—Es joven, ya encontrará a otra. Pásame la espátula, ¿quieres?
—Ahí tienes… No abundan las chiquillas solteras y serias por el pueblo, Lucas. Que ya sabes cómo se corre la voz por estos sitios. Apuntala ahí.
—¿Aquí?
—Sí, ahí. Sostén… Perfecto. Me gustaba la hija de Fermín, pero a Jaime ni fú ni fá. Cuando uno anda enamorao el resto de flores le parecen cardos.
—¡Cuánta razón llevas, compañero! El tiempo te sacará de dudas. No hay mejor maestro: nos recuerda lo importante y nos hace olvidar el resto. Esto ya está. ¿Cómo lo ves?
—Pues creo que funcionará. Un trabajo muy fino. ¡La última arqueta! ¡Quién lo diría, Lucas!
—¡Quién lo diría, Pedro!
—Ahora toca abrir el paso del manantial y ver qué sucede.
—Pues ¿qué va a suceder? Que por fin va a funcionar la fuente de los cuatro caños. Somos unos artistas, macho.
—¡Menuda paliza!
—Yo no sé tú, pero creo que nos hemos ganao a pulso el almuerzo, ¿no te parece? ¿Quieres un poco?
—¿De tu chorizo? Necio sería si lo rechazara.
—Está de miedo. Con el punto de curación justo.
—A ver si el año que viene me pongo con ello, que tengo al gorrino bien cebao ya.
—Sí, yo no esperaría más. Tengo ganas de probar tu arte embutiendo.
—Ya sabes que yo soy más de curar quesos. ¿Quieres un poco, por cierto?
—¿Es que acaso tengo que responder? ¡Trae acá! Que no hay mejor premio que un poco de chorizo con queso regao con esta bota vino.
—Y hablando de premio, Lucas, ¿tú crees que algún día alguien recordará nuestro trabajo?
—No veo yo a tu Jaime siguiendo los pasos de su padre.
—No, no voy por ahí. Me refiero a más allá.
—¿Más allá? ¿Más allá de que la hayamos espichao?
—Exactamente.
—Pero Pedro, ¿tan pronto se te ha subido el vino a la cabeza? ¡Ja ja ja! Devuélveme la bota, anda. No conocía yo esta faceta tuya tan profunda.
—Ya ves. Me ha dao por pensar. Llevamos trabajando duro mucho tiempo y por fin hoy vemos sus frutos. Me pregunto que quedará de todo esto.
—Yo con que Margarita no tenga que atravesarse medio pueblo con las garrafas en ristre me conformo. No he pensado más allá, la verdad. ¿Acaso importa?
—No sé si importa o no, solo me produce curiosidad. La Fuente de la Cerca, por ejemplo, ¿quién la construyó? O la Iglesia ¿sabes de qué época es?
—¿Y me preguntas a mí? Anda y ve a decirle al cura, que seguro que está deseoso por contestarte. Viendo los sermones que se gasta los domingos no me extrañaría que se pasase el día entero contándote batallitas. Ese hombre tiene la palabra por castigo.
—Seguro que en aquel momento, ponte que fuera una mañana como la de hoy, un par de tipos como nosotros estaban disfrutando unos chorizos tras la labor bien realizada. Y hablarían de sus cosas, tal y como estamos haciendo tú y yo.
—Mucho te imaginas tú.
—¿Y cómo no? Alguien la tuvo que construir.
—Pues claro que la construyeron. ¡No iba a bajar el mismo San Miguel a hacerlo! Que mejores cosas tendrá que hacer el hombre que presentarse en Moralzarzal a supervisar unas obras.
—Pues lo dicho. Si la construyeron entonces también tomarían chorizo.
—Pues es de suponer.
—¿Y no te parece maravilloso?
—¿El qué? ¿Qué comieran chorizo?
—¡No, hombre! No me hagas burla, Lucas. Que podamos seguir disfrutando de la Iglesia tantísimos años después por algo que hicieron nuestros antepasados.
—Visto así… pero como tantas otras cosas, ¿no te parece?
—Precisamente. A eso es a lo que voy.
—Te me estás haciendo mayor, Pedro, pero descuida, que todavía te queda mucha guerra por dar en este mundo.
—Si no es eso. Si me siento un chaval. Con la espalda deslomá, eso sí, pero un chaval. Solo estaba dándole a la sesera, supongo. Imaginaba a los futuros vecinos sacando agua de la fuente.
—Pues si tanto nos va a durar el negocio tendríamos que empezar a cobrar. ¡A ver si nos hacemos ricos! Que mal no me vendrían unos durillos para el establo. Tengo la vaca preñá y sin espacio suficiente para el ternero.
—Ya sabes que esto no lo hago por dinero. El jornal y no más. Que soy un tipo decente.
—¡El que más!, sabe Dios. Nunca olvidaré lo que hiciste por Margarita y por mí aquel invierno. Jamás había pasado tanta hambre. Uno no sabe lo que es la necesidad hasta que le empieza a robar las algarrobas a los gorrinos. ¡Menudo frío! Del que escarcha el alma. Se nos escapaba la vida entre las manos y en tu casa no faltaba un puchero caliente con el que reconfortarse. Nos salvaste, ¿lo sabes?
—Cualquiera habría hecho lo mismo.
—Cualquiera no, Pedro. La gente aparta la mirada cuando lo que tiene enfrente no es de su agrado. Pocos son los que se atreven a abrir la puerta a un extraño.
—Pero tú y yo somos amigos.
—¡Ahora! Y para toda la vida además, bien lo sabes. Tenemos una deuda con Eulalia y contigo que ni en un millón de años habremos saldado. Pero te recuerdo que en aquel momento éramos unos completos desconocidos.
—Érais vecinos del pueblo y para mí eso es suficiente.
—Es suficiente para ti, Pedro. Por eso eres especial, pero ya te digo que no todo el mundo es igual.
—Cada uno lo será a su manera, Lucas. Yo no me siento diferente en nada.
—Da igual que lo creas o no, para mí sí lo eres y eso es lo que cuenta. Es más, para que veas cuan especial eres…
—¿Qué vas a hacer?
—Tú espera y verás.
—¿Qué haces con el cincel y la maza?
—Ya lo verás, hombre. Ahora no me seas tú el impaciente. Va a quedar una obra de arte.
—¿En la piedra?
—En la piedra. ¿Acaso conoces algo más duradero que el granito? Tan preocupado estabas con eso de que te recuerden…
—No la vayas a estropear.
—Qué no, hombre. Ten paciencia.
—P… E… D… R… O. Has escrito mi nombre.
—Tú nombre es, efectivamente.
—Pues no te ha quedado mal. Tienes buen arte con las piedras. Y una letra bonita además. Podrías ser labrante.
—Te agradezco el cumplido, pero soy mayor para aprender el oficio. Además, no creo que tenga tanto arte como dices.
—Pues a mí me parece que sí. ¿Crees que se enfadará Don Joaquín si lo ve?
—¡Qué se va a enfadar! Si apenas sale de casa, y mucho menos para subir a la ladera. ¡Imagínate! La última vez que le vi por el campo Prudencio acababa de ponerse en pie sobre sus patas.
—¡Qué exagerao!
—Te digo yo que ese hombre está más en el mundo de los muertos que en el de los vivos. No pasa de este otoño.
—La vida no le ha tratado bien.
—Menuda novedad. ¿Es que acaso conoces a alguien a quién sí lo haya hecho? Porque me muero de ganas por conocerlo.
—Yo diría que ahora mismo no estamos mal.
—Pues mira, ahí te doy la razón, compañero. El trabajo está hecho, hace buena mañana y el almuerzo estaba de muerte. ¿Te parece que nos acerquemos al pueblo y coronemos con unos vinos en la plaza? Invito yo.
—Por ese precio… ¡cómo rechazar unos chatos!
—¡Ese es mi Pedro! De camino dejamos a Prudencio en el establo y nos vamos a celebrarlo.
—¡Dicho pues! Que aquí ya hemos terminao.
—Ya hemos terminao, Pedro. Ya hemos terminao.
***
—El viernes que viene dan bueno.
—Entonces, ¿rematamos la faena?
—Pues claro. Escríbelo en el grupo. A las nueve en los caños. A ver cuántos socios pueden venir esta vez.
—La asociación esta siendo todo un éxito.
—¡Ya lo creo que sí! Estoy muy orgulloso de la aceptación que está teniendo. Es muy importante que la gente se involucre en estas cosas. Al fin y al cabo forma parte de nuestro patrimonio y sería una verdadera pena que se perdiera.
—Todavía no me puedo creer que lo que hemos visto en Juncarejo sea un sistema hidráulico de mil ochocientos. ¡Figúrate!
—No está mal, ¿verdad? Incluso alguna parte es todavía anterior: del siglo XVII.
—¡No han pasado años ni ná! Me siento como un arqueólogo descubriendo un yacimiento.
—Es que en parte es así.
—Y tanto que sí. Aunque me falta el sombrero de Indiana Jones y quizá perder algún que otro kilito.
—Va a ser algo bueno para el pueblo.
—Sí, algo así no se descubre todos los días.
—Desde luego que no.
—Entonces, ¿nos vemos el viernes?
—Allí estaremos. A ver qué nos depara la jornada.
***
—Pero hombre de Dios, deja al resto meter un poco el pico. Qué ansia, tío. Cualquiera se lo quita.
—Si es que ya está terminado. Mira el nivel freático, hemos llegado al fondo.
—La última arqueta. Quién lo diría. Menudo curro. Estoy molido.
—Hoy hemos echado el resto.
—Hay que limpiarla un poco que está llena de barro. Ayúdame, ¿quieres? Tira de esta raíz. Vale. Listo. Mira el tubo, se mete por ahí. A saber a dónde va.
—Habría que seguirlo.
—Sí, pero vamos primero a centrarnos en la arqueta.
—Está intacta, tío. La verdad es que menuda obra. ¿Cómo se las ingeniarían para hacer algo así?
—Mucho oficio hay escondido aquí debajo. Esa gente era muy buena en lo suyo.
—Y que lo digas. Estoy que sigo alucinando con todo esto.
—Umm… ¿os habéis fijado en esa piedra de ahí? Parece que hay algo grabado en ella.
—Pues ahora que lo dices… eso parece, aunque no se ve muy bien.
—Quizá sea la marca del labrante. Solían poner su sello en las piedras.
—Podría ser. Parecen letras.
—¿Letras?
—Sí, aunque están un tanto desgastadas. Y con la tierra… Trae acá el cepillo.
—¿Qué cepillo? No hemos traído ninguno. ¿Alguien ha traído un cepillo?
—¡Qué va! ¿Y tú?
—Agua. Como no te valga este trapo…
—Podría valer. Gracias.
—Creo que es un nombre: Ped… ¿Eso es una erre?
—Yo diría que sí.
—Pedro. Pone Pedro, ¿no?
—Pedro, sí. Sería quien la puso aquí.
—Podría ser. De hecho, es lo más probable.
—¡Qué fuerte! ¿Os lo imagináis?
—¿El qué?
—Pues que ese tal Pedro, hace más de doscientos años, estaba justo aquí, en el manantial del Juncarejo, grabando su nombre en esta misma piedra que tenemos delante.
—Quizá la grabara en el taller.
—Bueno, ya me entendéis. Quiero decir…
—Que sí, que sí. Que era una broma. La verdad es que da que pensar.
—¡Y tanto que sí! Nos creemos que lo único que existe es este momento, que todo lo que nos rodea está aquí para nosotros y que tenemos todo el derecho a hacer y deshacer cuanto nos plazca porque, total, el mundo nos pertenece y no ha habido nada más… Cuán equivocados estamos.
—Sabias palabras. Totalmente de acuerdo.
—¿Cómo creéis que sería su vida?
—Pues seguro que no tan distinta a la nuestra.
—La verdad es que pienso muchas veces precisamente en eso. En cómo sería el mundo en el pasado, pero no así en genérico, en plan romanos, o en qué pasó en la Edad Media. No, me refiero a algo mucho más concreto. Incluso cotilla. Me gustaría poder chasquear los dedos y teletransportarme hacia atrás justo al mismo lugar en el que estoy ahora. ¿Qué estaría sucediendo? ¿Habría alguien?
—Pues sí que eres cotilla, sí. Nivel espacio-temporal. Casi nada… Ni Jorge Javier.
—¡Ja ja ja! Lo sé. ¿A vosotros no os llama la atención?
—Si te digo la verdad nunca me lo había planteado.
—Ya te digo que yo un montón de veces. Me parece fascinante que en este mismo lugar, tiempo atrás, alguien estuviera aquí haciendo algo. Y voy más allá. En unos años, nosotros seremos justamente el pasado de los que vengan después. ¿No os parece increíble? ¿Se imaginarán ellos lo que estamos haciendo ahora?
—Los del futuro irán en naves espaciales. Dudo mucho que se interesen por una arqueta perdida en medio del campo.
—¡Quién sabe! El futuro es muy incierto. Y de aquí a que haya naves espaciales…
—¡Pues no queda, macho!
—Nos creemos el centro del universo cuando el mundo lleva girando sin nosotros mucho tiempo.
—Los senderos del agua son inescrutables.
—¡Ja ja ja! Ya salió el cura.
—Y digo yo… Todo esto lo estás diciendo para escaquearte de picar, ¿no?
—¡Qué va! Si ya sabes que me encanta, pero no hay manera con el abuelo.
—Donde hay maestro el resto son aprendices.
—Después de tanto filosofar creo que nos hemos ganado tomar algo, ¿no os parece?
—No has podido tener una idea mejor.
—Yo he traído zumo de frutos rojos, antioxidantes, tortitas de arroz, macedonias y todo tipo de marranadas biológicas, veganas, etcétera.
—Mira que eres guasón…
—El menú del otro viernes era más motivador.
—Cómo somos que al final solo pensamos en comer.
—La mejor dieta la del burro del gitano.
—Madre mía, no sé si quiero saberla.
—Mejor no preguntes. Trae acá el chorizo, que eso sí que es un reconstituyente. ¿Alguien quiere vino?
—Como para decir que no. Riega un poco el vaso.
—Échame a mí también.
—Y a mí, no te vaya a sobrar, sería una verdadera lástima.
—Salud compañeros. ¿Por qué brindamos?
—Pues…
—Ya lo tengo.
—Dale ahí.
—Por Pedro y por todos aquellos que con su esfuerzo totalmente desinteresado hicieron y hacen de este pueblo y de este mundo un lugar mejor.
Categorías:Relatos