El refranero español (y el de cualquier país) es muy sabio: si de verdad te interesa algo, te va a costar conseguirlo. Y ese costo, en este caso, es dinero. Ciertamente, en el mundo en el que nos ha tocado vivir, nos hemos mal acostumbrado al todo gratis. Como si fuera nuestro derecho hacernos con el trabajo de otro de la manera menos lucrativa posible. Bien es cierto que muchas cosas se nos ofrecen así, de una manera gratuita; bien por puro altruismo, bien, como es mi caso con las promociones, para intentar hacerme un hueco en las estanterías de mis futuros lectores. Ese trabajo que hemos conseguido sin desembolsar un duro no tiene por qué ser malo. Al contrario, puede ser de muy buena calidad, pero lo cierto es que cuando nos pagan por lo que hacemos, tendemos a ponerle más cuidado a las cosas y hacerlas mejor.
La página web
Cuando me decidí a escribir este blog, justo al poco de publicar Off, tuve que decidir cómo dar el salto al mundo digital. Plataformas para construir páginas hay muchas: Blogger, WordPress, Joomla, etc. Es lo que se llama un gestor de contenidos o CMS por sus siglas en inglés (Content Management System). Evidentemente, también cabe la posibilidad de marcarte un Chuck Norris y currarte la página desde cero pero, a pesar de que haya estudiado Ingeniería Informática, es algo que ni me planteé. En su lugar, me decanté por WordPress.
Este CMS se presenta en dos alternativas. El puro es el que se puede descargar desde la web wordpress.org. Es un CMS completo en el que se requiere de algo más de dos clicks para tener una página funcionando. Es muy potente y versátil pero hay que echarle horas porque, básicamente, toda la configuración depende de uno mismo: desde el servidor donde montarlo, el dominio de la página, el backup, la seguridad, etc. Y, sinceramente, para echarle horas, prefiero echarlas escribiendo libros.
La otra opción, la más rápida aunque menos versátil, es utilizar la aplicación online de wordpress.com. Suena confuso este cambio de web. Parecen dos wordpress distintos y, lo cierto, es que lo son, aunque en definitiva guardan la misma esencia. La ventaja de éste es que te abstrae de todo lo que te tendrías que trabajarte con el completo, dejándote, de esta manera, al cargo únicamente del contenido, lo verdaderamente importante de cualquier página.
Y así empecé yo. Con el wordpress.com y con el plan más básico de todos. Desde la propia aplicación escogí, entre un sinfín de temas, el que más me gustó. Los temas sirven para dejar el acabado y apariencia global de la página a tu gusto.
Al principio, recuerdo ir saltando de un tema a otro cada dos por tres. Es realmente fácil hacerlo y claro, al tener tantos entre los que escoger, uno se cansa rápido del que ha configurado en ese momento. Lo malo de este vaivén es que puedes volver locos a tus seguidores, perjudicando así tu imagen de marca. Peo, qué queréis que os diga, era un gusto hacerlo. Como estrenar coche nuevo cada semana.
Así he seguido hasta hoy. Hasta que he visto que para que la página tomara consistencia y un aspecto más serio, debía invertir en ella. El que algo quiere, algo le cuesta como decía al principio. Pues bien, a parte de la infinidad de temas gratuitos a nuestra disposición, Worpress, entre otras cosas, también nos ofrece incontables temas de pago. Los llamados temas premium.
Los temas premium
Visualmente, los temas premium no tienen por qué diferir de los gratuitos. Para gustos los colores. Aunque, por lo general, tendrán mejor acabado externo. Es en las entrañas del asunto donde, realmente, está la clave. Que paguemos por algo, siempre hablando en general, hará que el que cobra se tome más molestias con su trabajo. Los temas premium tienen un código optimizado, mejor SEO, más funcionalidades y un largo etcétera. Es lógico. Utilizando otro refrán: nadie da duros a peseta.
Así que espero que esta pequeña inversión redunde en un acabado más profesional, que al fin y al cabo es de lo que se trata.
Hasta la próxima entrada.