Es curioso cómo funciona el mundo. A golpe de pequeños detalles imperceptibles.
Seguro que a alguno, al leer el título de este post, le habrá venido a la memoria aquella película de 2004 protagonizada por el incalificable Ashton Kutcher y la sensual Amy Smart. La película pasó sin pena ni gloria por las carteleras (tuvo dos secuelas estrenadas directamente en DVD). A mí, ciertamente, me resultó entretenida, más por el fondo de lo que se quería transmitir que por su dudosa ejecución (Ashton Kutcher no es santo de mi devoción).
La película orbitaba entorno a aquello de: «el simple aleteo de una mariposa puede desencadenar un huracán al otro lado del mundo». O dicho de otra manera: «las decisiones aparentemente anodinas que tomamos pueden llegar a producir auténticos giros en nuestro destino«.
Qué gran verdad de la que no somos conscientes. Además, esas pequeñas decisiones sin importancia que tomamos no sólo cambian nuestro universo, también afectan a otras personas, incluso con las que no tenemos contacto.
Ayer mismo fui testigo precisamente de un efecto mariposa de esa clase.
El efecto
Todos los días, después del trabajo, cojo al autobús para volver a casa. Suelo llegar con el tiempo justo a la parada, por lo que la mayoría de sitios ya están ocupados al subirme. Es curioso cómo se dispone la gente en los autobuses, parecen electrones en un átomo, siempre tratando de mantenerse lo más alejados posible los unos de los otros siguiendo el principio de exclusión de Pauli. Hasta que todas las filas dobles no están ocupadas con un único pasajero, no se van llenando los asientos contiguos. Pues bien, tal era la configuración de ayer. Todo el autobús estaba prácticamente lleno, apenas quedaban huecos libres en las filas 3 y 4 y alguno que otro al fondo. Me gusta ponerme en las primeras filas, a saber por qué, así que mis candidatos estaban entre esas dos, que además, curiosamente, disponían justo del asiento de ventanilla, mi preferido. Como uno se mueve en un espacio físico, la primera fila con la que me encontré fue la 3, en la que un hombre ojeaba distraído el móvil. El asiento libre resultó estar «ocupado» por un libro que no había visto y que supuse que era suyo (por cierto, el libro no era el mío, qué se le va a hacer) así que me aventuré a la siguiente. En la 4, la que ocupaba el asiento de pasillo era una señora y su candidato de ventanilla no tenía nada encima, así que opté por ese. Lo mismo me daba uno que otro, pero por no molestar al caballero haciendo que apartara el libro escogí el otro, aunque sabía que tarde o temprano el hombre tendría que hacerlo (el autobús siempre se llena a esas horas). Mi decisión pues, a priori resultó ser simple e intrascendente.
Antes de echarme la habitual cabezadita (es materialmente imposible mantenerme despierto en el transporte público) observé a una mujer subir de las últimas al autobús. Ignorando el hueco de la fila 3, la mujer se fue directamente hasta el final. Allí le perdí la pista, pero dado que no había sitios libres, volvió sobre sus pies. Sin saber muy bien por qué, mi inconsciente había registrado previamente la decisión de la fila escogida y me hizo prestar atención a la escena que se desarrollaba justo delante de mí.
—Hombre, Paco (por decir un nombre cualquiera, pues no lo recuerdo). ¿Qué tal? ¿Me permites? —preguntó la mujer con su mejor sonrisa, indicando con la mano el único asiento libre al lado del hombre del libro.
Me resultó un escena común. Los típicos conocidos de vista que no quieren sentarse juntos por no tener que hablar obligatoriamente durante X minutos (concretamente 45, que es lo que dura el trayecto). Me imagino a la mujer subiendo al autobús, reconociendo al hombre y tratando de buscar otro sitio donde sentarse. Ante la imposibilidad manifiesta de sentarse en otro lado y no quedarle más remedio que hacerlo ahí, se puso a charlar con el caballero.
Lo que se contaron a continuación lo desconozco, ni falta que hace. Morfeo ya se había apoderado de mí y me dejé llevar. Pero en mis sueños me aventuré a elucubrar una suerte de conversación que pudieran haber tenido.
¿Y si se trataba de dos ex amigos que gracias al autobús han retomado el contacto?
—Bueno, Paco. Me ha alegrado mucho volver a verte. A ver si quedamos, pero de verdad…
¿Y si de la charla amena, hubiera surgido una oportunidad de trabajo?
—Pues fíjate, que justo mi hermano anda buscando a alguien de tu perfil profesional…
¿Quizá de amor, incluso?
—Me ha gustado mucho verte. Tengo tu número, así que… —dijo él, con las mejillas sonrojadas.
Todo es posible (pues se pasaron los buenos 45 minutos de palique), y todo gracias a un hecho insustancial, ajeno a los protagonistas, del que fui directamente partícipe. Si ayer yo hubiera escogido la fila 3, esa conversación no se hubiera producido y los desencadenantes futuros tampoco. De hecho, este mismo post no se hubiera escrito. Y quién sabe. Este post quedará grabado en mi web y alguien lo leerá. Quizá a alguien le guste y con él viaje por el mundo hasta que un huracán remueva los cimientos de este escrito al otro lado del mundo. Todo es posible…
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