«En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música; y cantaron ante él y él se sintió complacido. Pero por mucho tiempo cada uno de ellos cantó solo, o junto con unos pocos, mientras el resto escuchaba; porque cada uno sólo entendía aquella parte de la mente de Ilúvatar de la que provenía él mismo, y eran muy lentos en comprender el canto de sus hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda, y crecían en unisonancia y armonía.»
Así comienza la música de los Ainur, el primer cuento del Silmarillion, una de las obras del universo de El Señor de los Anillos del maestro JRR Tolkien (a mi gusto, la mejor y la que da sentido a todo, aunque es complicada de leer).
Es curioso que Tolkien quisiera crear la Tierra Media de esta manera tan poética y, a la vez, tan original. La música está en todo. Con esto no me estoy refiriendo a que se escuche el disco de Rihanna incluso al abrir la nevera, sino a que la música está por todos sitios, aunque no la oigamos.
Existe una teoría en física, más allá de la ley de gravitación, de la relatividad y de la mecánica cuántica, que se denomina teoría de cuerdas. Sin entrar en detalles, para no asustar demasiado al personal, esta teoría viene a decir que la materia y energía están compuestas por diminutas cuerdas (como las cuerdas de una guitarra pero de naturaleza infinitamente más pequeña que los átomos, protones y quarks que conocemos). Estas cuerdas vibran al compás de una coreografía imaginaria, produciendo así, con su música, todas las partículas existentes. Hay que reconocer que la teoría, al menos, resulta singularmente poética y bella. Me imagino el Universo entero como una gran orquesta sinfónica de estruendosa melodía.
Esa música de fondo quizá sea la responsable de que ciertas cosas nos gusten y de que otras no. Veamos el caso de los libros. Libros hay de todos los gustos y colores: buenos, regulares y malos. Una de las principales características que tiene que tener un buen libro es el ritmo de la narración. El ritmo es esa cualidad abstracta que te conduce, inexorablemente, de un párrafo a otro, de un capítulo al siguiente, hasta que consigues devorar el libro por completo. Quien tiene ritmo gusta, quien carece de él, no. Pasa lo mismo en cualquier otra situación de la vida. Una película, nuestro trabajo, nuestra relación… Todo está tejido bajo una partitura invisible que, cuando está alineada con el Universo, hace que nos sintamos cómodos, y cuando discrepa, produce una amalgama de sonidos sin sentido que nos pone a disgusto.
Así que déjate atrapar por la música de tu interior. Deja que sea ella quien guíe tus pasos. Verás como así, con ritmo, todo resulta mucho más placentero.
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