Buceando por internet, empapándome de todo cuanto acontece en el mundo literario en el que ahora orbito, me encontré con un término que me pareció sumamente curioso: longseller. Todo el mundo ha oído hablar de los bestseller, de hecho es el buque insignia del marketing literario, pero poco se cuenta de este otro término, el que realmente es importante y al que todo autor aspira.
A poco que sepáis inglés (vale con el del cole), podréis intuir su significado: un libro longseller es aquel que ha superado la barrera temporal y se vende (mucho) más allá del tirón inicial. Los pilares de la Tierra, libro que me encanta por cierto, sería un magnífico ejemplo de ello.
Volviendo a las diferencias entre un concepto y otro (y rigurosamente hablando) yo mismo he sido bestseller. Aquí donde me tenéis, con poco más de dos meses en esta profesión de escritor, puedo decir que he aparecido en las listas de los más vendidos (al menos durante un rato):
Ahí estaba Off, hará cosa de mes y medio, en segundo lugar, ¡codeándose con Matilde Asensi nada menos! Entonces, estrictamente hablando, ¿podría pegarle el típico sellito de «Bestseller» a mi libro? ¿Cómo evalúan las editoriales los éxitos comerciales? Y, sobre todo, ¿cuál es el tiempo prudencial para considerar un libro éxito de ventas?
Todavía hoy, llevar impreso el sello de «Bestseller» vende, aunque menos que antes, pues se está produciendo una saturación brutal de títulos fáciles y rápidos que se elevaban al Olimpo de los más vendidos en dos de pipas, pero que con el mismo entusiasmo se descalabran para no volver a aparecer. Ya se sabe: la luz que brilla con el doble de intensidad lo hace en la mitad de tiempo. Es un principio físico totalmente contrastado. Por eso, en mi opinión, hay que desconfiar de los pseudo-bestseller, al igual que, con razón, deberíais desconfiar de mí si un día os encontráis el dichoso sello en mis libros.
Dije antes que todo autor aspira a vender mucho a lo largo del tiempo, saltando de generación en generación. Ese es el ideal. Siempre he pensado que escribir se compone de dos partes: alguien que plasma unas ideas en un papel y otro que las lee. No puede existir el uno sin el otro. En el momento que dejan de leernos, dejamos de «existir» como escritores. Así pues, sólo veo dos alternativas para mantener ese flujo de lectores: o se escribe mucho y mal o se escribe poco y bien. Con lo primero, tenemos más posibilidades de convertirnos en un autor bestseller, con lo segundo, en un longseller. Tanto una cosa como la otra se me antojan complicadas, la verdad, aunque, evidentemente, veo mucho más compleja la segunda. Si ya es difícil colocar un título entre los más vendidos hoy, conseguir uno que además lo sea mañana, pasado y dentro de veinte años está al alcance de muy pocos.
Así que, a pesar de aspirar a lo último, hay que ser razonables. Creo que entre un concepto y otro hay espacio para algo más. Como decía Aristóteles: «en el término medio está la virtud». Mi objetivo no es convertirme en un fuego artificial: espectacular, luminoso y cautivador, pero completamente efímero. Tampoco creo que me convierta en una estrella del firmamento: tan luminosa como el primero pero, además, inmortal. Siguiendo con la metáfora, me basta con ser Luna. La Luna nos puede enseñar mucho acerca de la vida. Algunos días esta llena, rebosante de luz, y otros parece triste. Se va haciendo pequeñita hasta desaparecer. Pero la Luna es constante y cabezota, y siempre vuelve. ¡Esa es la idea! Escriba lo que escriba, un libro o mil, mi objetivo es convertirme en Constantseller, por continuar con esta estupidez de los anglicismos que tanto ha calado en nuestra sociedad. De este modo, aunque unos días venda decenas de libros y me ponga eufórico, sé que luego vendrá una temporada en la que el ritmo de ventas decaerá, hasta desaparecer por completo. Si estás como yo, no te preocupes, recuerda a la Luna y recuerda que, tarde o temprano, la senda de ventas remontará de nuevo. Así es la vida. Y eso también es un principio físico totalmente contrastado. O eso espero…
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