Lo confieso, soy un ferviente devoto de Breaking Bad. Con tanta serie por ver, ésta es la primera que volvería a repetir sin pestañear. Cada condenado capítulo de las cinco temporadas. Que ya son.
No preocuparos, que aquí no os voy a destripar nada. No hay cosa que más me reviente que me fastidien una serie. Me pasó con Juego de Tronos, y el dichoso capítulo 9 de la tercera temporada, pero eso es otra historia…
El motivo de este post no es hablar del argumento en sí de Breaking Bad, ni de sus entresijos, si no de su protagonista absoluto: Walter White.
Walter White
Creo, sinceramente, que es el personaje más potente que he visto hasta la fecha, con permiso de Tony Soprano, que en paz descanse. No quiero hablar de la soberbia interpretación por parte de Bryan Cranston, cosa indudable, sino del impresionante guión que Vince Gilligan y su equipo puso en sus manos. Es el tipo de personaje que todo escritor que se precie, sueña con escribir.
El Sanctasanctórum de cualquier personaje, literario o cinematográfico, es la evolución. Todo personaje debe, inexorablemente, evolucionar hacia algo. Bien sea de A a B, de B a A o de J a Z. Da igual el camino, la dirección o los saltos que necesite, el caso es que evolucione. Y, aquí, es donde Breaking Bad saca toda su artillería. El señor Walter White está tan condenadamente bien hecho, que asusta. Si habéis echado una ojeada a la sinópsis, sabréis de qué hablo. Con cada capítulo, el pusilánime profesor va adentrándose en un submundo muy peligroso, en el que o matas o mueres. Con cada temporada, su evolución se va haciendo tan evidente, está tan bien ejecutada, que al final es otra persona completamente distinta. Un cabrón sin escrúpulos que adorarás.
Si tienes oportunidad de verla, no dudes en hacerlo. Como puro entretenimiento es fantástica. Como aprendizaje en la construcción de un personaje, inmejorable.
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