Parafraseando a Sabina, hace 19 días (aunque parecen más de 500 noches) que publiqué mi primer libro en Amazon. Absolutamente todo, desde que decidí darme de alta en el gigante de Seattle, ha sido nuevo para mí. Autopublicarse es lo que tiene. Te conviertes en el Juan Palomo de las letras, en una especie de genio de Aladdin con fenomenales poderes cósmicos, pero con un lugar chiquitín para escribir.
Afortunadamente, trabajo en el mundo de la informática. Eso me ha permitido afrontar el dramático bautismo literario con un poco más de entereza. Vamos, que papá internet ha templado un poco el agua, aunque, aún así, sigue fría de cojones.
El escritor optimista
Nada más poner la primera letra en una página en blanco, uno ya se cree escritor, y se olvida por completo de las sabias palabras del amigo que decían aquello de: <<Tío, ¿sabes que no te conoce ni el tato? Tu novela será la hostia, pero a hostias te vas a ver para promocionarla>>. Qué gran verdad, y qué ciegos estamos. Contemplar el parto de la criatura, verlo ahí, publicado en Amazon, al lado de George R. R. Martin en novedades de Ciencia Ficción, produce tal subidón, que se te olvida todo lo demás. No soy padre todavía, pero tengo muchos amigos que sí lo son. Me imagino sus caras de felicidad al ver, por primera vez, al bebé. Esas caras distan mucho de parecerse a las que, semanas después, encuentro al otro lado de la mesa de un bar, tomando unas cañas, cuando vomitan pestes de las innumerables noches que no les han dejado dormir. Ser padre, sea de la índole que sea, es lo que tiene. Y con los libros autopublicados, en cierto sentido, pasa lo mismo.
Facebook, Twitter, Google+, Instagram… Pajaritos por aquí, pajaritos por allá, na, na, na, ná. <<¡Redes a mí! Que yo puedo con todo>>. Iluso…
El papel de las redes sociales
Nunca había utilizado las redes sociales. Es más, no me gustan. Aunque, en su defensa, he de decir que, en parte, es porque no las conocía. El miedo es precisamente eso, una defensa ante lo desconocido. Si eres un escritor novel, como yo, y quieres ver alguna venta más allá de tus familiares y amigos, debes, sí o sí, estar en ellas. Pero ojo, elige bien, como el Santo Grial de Indiana, no la vayas a liar y bebas de la copa equivocada. Te aseguro que, si lo haces, te pasará como el malo de la peli y empezarás a ver cómo tus ojos se salen de las órbitas y el pelo se te cae. Como todo en la vida: piano, piano.
Yo me he dado de alta en Facebook, en Twitter y he abierto dos blogs. Éste que estás leyendo, que corresponde a mi propio nombre y «marca» como escritor, y uno específico del libro: ladesconexion.wordpress.com. Demasiado, a mi parecer. Dicen que cuando eres pequeño el cerebro actúa como una esponja, absorbiendo todo el conocimiento del exterior; pues bien, mi esponja se parece más a aquella que vive perenne en casa de los abuelos, en esa bañera oxidada, apartada en un rincón. Lo que se dice absorber, absorbe, pero lo que puede, sin el sello de calidad de antaño.
Desde mi corta existencia en este mundo de las letras, sólo os puedo dar un consejo: centraros en un objetivo. Quien dispara a lo loco poca presa puede cazar. Personalmente, después de coquetear con distintas combinaciones, yo lo he hecho en la opción de blog + twitter, de momento.
Twitter es un arma muy poderosa, o eso dicen. Llevo pocos días allí y sólo tengo 19 seguidores (me hace gracia la palabra seguidor: <<Vamos, chicos, seguidme, que conozco el camino…>>). Lo interesante es que, de los 19, hay bastantes que ni conozco, algunos con miles de seguidores en su haber. Algo sumamente curioso. Si en dos días te sigue alguien desconocido, en meses te puede seguir una buena porción de ellos, y eso, en cierta medida, puede hacer que tus ventas, por fin, crezcan como la espuma.
Por eso hay que tomarse las cosas con calma. No hay atajos. Las meteóricas hazañas de los escritores noveles que alcanzan el estrellato súbitamente, se cuentan con los dedos de la mano. Estar al lado de George R. R. Martin no te convierte en George R. R. Martin. Toca remar para ello. Y mucho.
Promoción, divino tesoro
Promocionar un libro en Twitter, en un blog, o donde quiera que lo hagas, es un trabajo encomendado al Santo Job, adalid de la paciencia. <<Ommm. Respire, señora, ommm. Relájese, que el niño ya vendrá solito>>. No sé ya ni las veces que habré visitado la página de KDP de Amazon, esperando encontrar una remontada espectacular en las ventas del libro, he visitado más veces esa página que a mi madre, y eso que, últimamente, la pobre, ha estado malita (<<Un beso, mamá>>). Lo cierto es que, de momento, esa remontada no se ha producido, pero, sin darme cuenta, todos y cada uno de estos 19 días he vendido. Poco, es cierto, pero algo, que ya es mucho.
Poniéndome filosófico, decía Tagore aquello de: <<Si lloras por no poder ver el Sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas>>. Me encanta esa frase. Hay que disfrutar del momento, no dejarse avasallar por la promoción, pues si te obsesionas con ella, olvidarás lo importante. Has escrito un libro, algo que no es nada fácil, te lo digo yo, disfrútalo como se merece. Lo demás llegará. Aprende a promocionarlo, sin prisa, degustando cada maldito tuit que mandes al cosmos de las conversaciones electrónicas; saboreando cada post que escribas en tu blog y, mirando de vez en cuando, las ventas. De momento, con eso basta. George puede esperar.
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